Breve Historia del Café

No hay manera de probar su veracidad, pero la versión más popular es que un pastor en Etiopía llamado Kaldi, alrededor del 850 AD, vio como sus cabras se ponían hiperactivas y no dormían después de comer los frutos de un árbol. El pastor llevó las frutas a un monje, el cual tostó las semillas y las molió, para preparar un brebaje que gustó por su aroma, sabor y les mantenía alertas durante sus latosas vigilias. Es una bonita historia, pero creemos que la verdadera fue más compleja. Por supuesto no tenemos evidencias, pero aquí les presentamos nuestra hipótesis.

Nuestra especie no se extinguió porque nuestros antepasados tenían un agudo sentido de observación, en especial en lo referente a comida. En eso les iba la vida, y el árbol del café ha estado en las montañas de Etiopía desde mucho antes que un Homo Sapiens apareciera por allí. Sabemos que la fruta que contiene la semilla del café tiene un sabor floral, aunque para otras personas resulta algo amargo. Unos lo describen similar a la guayaba, y otros similar a la ¡hierba! La fruta contiene cafeína, así que no sería de extrañar que no solo las cabras, sino sus pastores las comieran cuando el hambre apretaba y obtenían de paso un empujón de energía gracias a la cafeína.

  

Por otro lado, desde hace miles de años el ser humano usa el fuego. Las semillas recolectadas, o posteriormente cosechadas, podían ponerse a tostar. No creemos que haya sido una sola persona, sino posiblemente docenas, durante muchos años y en diferentes sitios de Etiopía, que después de comer la fruta pensaron: ¿qué hacemos con estas semillas?  Masticarlas no es muy agradable y tenemos hambre ¿qué tal si las tostamos a ver cómo quedan? El resultado les gustó a unos, pero a otros no. Como ciertos gustos adquiridos, a los que les gustó tenían ahora un saquito lleno de granos de café tostado que podían masticar, en lugar de frutillas magulladas y de sabor mediocre.

Posiblemente docenas de personas más, no necesariamente un monje, sino las abuelas del pueblo, expertas en hacer comestible todo lo que les traían, vieron esas semillas de sabor fuerte y pensaron molerlas en su mortero y preparar una infusión, y listo, nació el café como lo conocemos hoy. Alguien le agregó leche porque estaba muy caliente, otro mantequilla clarificada (ghee) y otro lo endulzó. Posiblemente cientos de abuelas y algún que otro monje trasnochado, descubrieron una bebida que luego los comerciantes comenzaron a valorar y a llevar los granos de café de vuelta a sus pueblos. Quizás primero a Yemen, justo al lado de Etiopía cruzando el Mar Rojo. Y de allí al resto del mundo.

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